Entre la ausencia y el fin: El sabor de las cerezas



En esta época de dualidades, con una compañía que puede abrazar y llenar o una soledad que invade, persiste y arrastra, resulta oportuno para mí compartir esta película que llegó en una noche donde no se le esperaba, pero abrazó en medio de la bruma de diciembre.

El sabor de las cerezas es una película iraní de 1997, dirigida por Abbas Kiarostami, actualmente disponible en Mubi. Nos cuenta la historia de un hombre de mediana edad, llamado Badii (Homayoun Ershadi), quien nos dirige por un interminable recorrido en carretera para develarnos de poco en poco su propósito: suicidarse, para esto, él mismo ha cavado su tumba y sólo le resta encontrar un compañero que pueda acceder a sepultarle, una vez que su muerte se haya concretado.

Durante esta travesía conoceremos a personajes con distintas edades, ocupaciones y motivaciones, quienes nombrarán algunas de sus experiencias y su percepción sobre la muerte y el abrumador suicidio. A la par de estos encuentros, Badii prometerá una fuerte recompensa, sin embargo, las cuestiones morales, los conflictos en torno a la religión, la visión de la funcionalidad de un sujeto a nivel político, social y cultural, y el mismo propósito que hasta ahora cada uno de sus copilotos han definido para sus vidas, parecerán tener mayor peso que esta oferta. Además, escucharemos diálogos que evocarán una gran variedad de emociones y un intento que pretende ser convincente hasta evitar que la muerte llegue a este hombre.

Dentro de estas negativas, Baddi se presentará como alguien desesperanzado, quien limitará sus palabras, pero nos brindará una mirada hacia su individualidad como sinónimo de abandono y ese vacío que sus ojos parecen reflejar tras estar al volante. Mientras este viaje sucede, tendremos momentos donde seremos testigos de esa perseverancia por mantenerse fiel a su elección, le veremos explorando y recorriendo esa carretera que parece infinita como la duración de su día. En estos momentos, hay una escena que, para mí, resulta preciosa visualmente, la luz de la tarde y el juego con las sombras concentran ese sentir tan lastimero entre nuestro protagonista y su más grande deseo.


Ante la ausencia de razones específicas sobre la decisión de este hombre, conoceremos a un último acompañante: Bagheri (Abdolrahman Bagheri), personaje que conmueve a través de su narrativa y devuelve esa humanidad que portamos al interesarnos por el sentir del otro, hasta de un desconocido, como lo es este caso.

Dicha reunión se cubre por un monólogo que invita a pensar qué es lo que nos da sentido, y si para este realmente necesitamos grandes razones que cumplan con un estándar social o razones que resulten suficientes para uno mismo, sabiendo que nos encontramos en estados transitorios. Algo que considero muy valioso en este encuentro, es la presencia de una empatía tan capaz de comprender sin remover ese sentimiento pesimista que parece ser válido portar, a sabiendas de que también es posible confrontarlo; siendo cuestiones que llevan hasta el desenlace, donde el montaje nos encierra en posibilidades que a su vez regalan la libertad de vestirnos con la piel de estos personajes y sus decisiones.

Esta historia nos recuerda que el dolor es una parte genuina y real, y aun sin saber motivos concretos sobre la manifestación de este en el otro, podemos entenderlo sin exigir grandes razones. Somos capaces de acompañar y escuchar o simplemente compartir cuando el sufrimiento retiene las palabras del otro, así mismo, tratamos de estar y mostrar que valoramos lo que esa persona siente.


Parte de la belleza que trae el cine, para mí, es la manera en que captura y parece asimilar el sentir con el que vivimos día con día y las necesidades que tenemos para sabernos comprendidos. El cine nos explora, y con ello, esta obra denota lo necesario que es externar cuando el dolor penetra tanto en nosotros que parece desvanecernos y plantear escenarios tan fatalistas que nos piden ser visibles para los demás.

Fue el cobijo nocturno para recordar momentáneamente que la soledad puede ser recurrente, pero no permanente, y en medio de la tristeza está la posibilidad de encontrar algo que haga recobrar las ganas de seguir aquí; tal como lo dice el nombre, podemos toparnos con el sabor de unas cerezas que nos rescate.

El cine se convierte en ese sabor por ahora. Esta película recupera el sentido humano al darnos la oportunidad de identificarnos con este protagonista o sus acompañantes, cada uno siendo dueño de experiencias que pueden diferenciarse o conjuntarse en similitudes, y que pueden contar o conservar para sí mismos; tenemos narraciones que hacen replantearnos incógnitas sobre nuestros propósitos, elementos visuales que hablan de la temporalidad y su fragilidad, así como sus trayectos que, en algunas ocasiones, pueden parecernos lentos o que conducen sin destino, recordándonos que se requiere paciencia en tanto estamos y buscamos algo que nos regrese a la permanencia.



Título original: El sabor de las cerezas (Taʿm-e gilâs)
Año: 1997
Duración: 98 min
Dirección y guion: Abbas Kiarostami
Fotografía: Homayon Payvar
País: Irán
Reparto: Homayoun Ershadi, Abdolrahman Bagheri, Afshin Khorshid Bakhtiari, Sfar Ali Moradi Mir Hossein Noori.

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