Macario, veneración a la muerte



Por Fernando Sullivan.

“Pasamos mucho más tiempo muertos que vivos”, le dicen a Macario cuando decide no comprar veladoras para conmemorar los espíritus de los difuntos para el Día de Muertos. Macario es el padre de cinco niños; un talador de árboles, es pobre y en ocasiones prefiere no comer para darle ese alimento a sus hijos. Un día, su esposa le hace un gesto de amor, cocinándole un guajolote para que se lo coma sin compartir con nadie. Al ir al bosque se encuentra con dos extraños; el primero representa el bien y el otro el mal. A ninguno le comparte de su guajolote, pero se encuentra a un tercero al que, por veneración, o miedo, le comparte la mitad del guajolote. En agradecimiento, ese tercero le regala un agua para curar a enfermos agonizantes, y Macario se convierte en un famoso curandero.

Macario es la adaptación de una obra de Bruno Traven. Este autor ya en su conocida Una canasta de cuentos mexicanos había capturado la perspicacia del campesino mexicano. El mismo año de publicación de este libro, Roberto Gavaldón, director de Macario (1960) estuvo detrás de la icónica película de cine negro mexicano La otra (1946) en donde ya se puede vislumbrar la ironía, la afición por tramas macabros y el gusto por el humor crudo. Agregando a esta ecuación, la adaptación corrió por parte del dramaturgo Emilio Carballido y la fotografía nada más y nada menos que por parte de Gabriel Figueroa.

Al principio de la película aparece una leyenda que explica el Día de Muertos, relata la existencia del festejo prehispánico a la muerte y como después de la conquista se mezcló con tradiciones españolas. Este sincretismo está presente en toda la película.

Macario ve al diablo y lo rechaza porque su recompensa puede ser contraproducente; luego ve a Dios, pero Macario es astuto, a Dios sólo le importa que le den pruebas de fe, y también lo rechaza, pero a la muerte no, a la muerte parece verla como un igual, se visten similar, ambos están hambrientos, y probablemente en el fondo cree más en la muerte que en las dualidades cristianas.

Hay una sátira del pensamiento mágico del mexicano. De esta hipocresía en donde por un lado se va a la iglesia y se reza a santos, pero por otro, se creen en rituales paganos para lograr una curación inmediata. Además de sobreponer a los curanderos sobre la medicina (el personaje del doctor enfurecido es un ejemplo de esto).

Ya avanzada la historia, a Macario se le acusa de brujo y es arrestado por la Santa Inquisición. Él nunca revela la fuente de sus poderes, y al hacerle una prueba todo se le complica más. La interiorización tan fuerte que dictamina su delirio. Desde su subconsciente está pecando. Siente culpa por ser egoísta –aunque sólo una vez- con su familia y por traicionar sus creencias.

Probablemente no exista mejor relato cinematográfico para capturar la esencia del Día de Muertos -Ni el montaje de Eisenstein (¡Que viva México!, 1932), ni mucho menos Coco, 2017- ya que no sólo son ofrendas, calaveras de azúcar y flores de cempasúchil, eso es solo la parte romántica y superficial. Se festeja a la muerte por veneración, por respeto. Porque la muerte es pareja y ni ricos ni pobres se salvan de ella.*

Título original: Macario
Año: 1960
Duración: 91 min.
País: México.
Dirección: Roberto Gavaldón
Guion: Roberto Gavaldón, Emilio Carballido. Historia: Bruno Traven
Música: Raúl Lavista
Fotografía: Gabriel Figueroa (B&W)
Reparto: Ignacio López Tarso, Pina Pellicer, Enrique Lucero, Mario Alberto Rodríguez, José Gálvez, José Luis Jiménez.

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