La maldad: potente relato sobre la desesperanza de un par de campesinos mexicanos olvidados por su gobierno
Por Adriana Chávez Castro.
Twitter @AdrianaChvezCa1
La siembra ha crecido y arde entre llamas a la
distancia, el humo cubre el cielo nocturno, restos de maleza quemada surcan el
horizonte como si fueran aves que se han extraviado de la parvada. La hoguera
crece y avanza en medio de la pantalla mientras diminutas figuras humanas se
adivinan a la distancia y luego desaparecen del cuadro, el fuego parece
extinguirse al fin, pero volverá a renacer. Es la quema de la zafra en
las plantaciones de la caña.
Amanece así en el mundo de Rafael (Rafael Gil
Morán), un campesino de edad avanzada que vive con precariedad en medio de una
planicie casi desierta. Enfermo y solitario, Rafael canta con dolor, y un tanto
desentonado, la historia de la esposa que lo abandonó. Un amigo (Raymundo
Delgado), el único, escucha y alaba su talento como compositor. Ambos ancianos
comparten su soledad, olvidados por el sistema y por esos gobiernos del PRI y
del PAN que durante años les han prometido tanto a cambio de su voto y al final
los han dejado solos.
En el ocaso de sus vidas ambos personajes buscan
realizar la que podría ser su última voluntad, la de Rafael es ir a la capital
para vender lo que él considera un buen guion de cine, es la historia de su
vida, contenida en unos cuantos papeles arrugados, ahí también están doce canciones
de su propia autoría que habrán de incluirse en la película. Su amigo en cambio
desea poder comprarse un ataúd para cuando le llegue la muerte, pero el dinero
que tiene ahorrado aún no le alcanza para ello.
Con el fin de llevar a cabo su propósito Rafael
traiciona a su amigo robando sus ahorros para con ellos pagar el viaje hacia la
ciudad, sin embargo, al llegar ahí no obtendrá el resultado que espera y
terminará en el centro de una protesta social en donde será la gente del pueblo
la que, como aquellos iniciales sembradíos secos, arda, en medio de la rabia y
la cólera. El desamparo de Rafael no es tan distinto al del resto de la
sociedad, sea en el campo o en la ciudad, en la soledad más absoluta o entre la
multitud, el malestar ante la indiferencia del gobierno siempre parece estar
presente.
Con estos elementos el realizador poblano Joshua
Gil da forma a su Opera prima La maldad (2014), cinta que transita entre
la ficción y el documental, con un ritmo lento que invita a la contemplación de
la vida del campo.
Destacan de este trabajo fílmico muchos elementos,
en principio el hecho de que se trate de una obra absolutamente independiente de
cualquier apoyo gubernamental o privado y, como sucede con este tipo de
proyectos que llegan a buen puerto sólo gracias a la tenacidad de sus creadores,
se cuenta también con absoluta libertad creativa, misma que se ve reflejada en
pantalla.
La estupenda fotografía de Cesar Salgado Alemán (La
danza del hipocampo, 2014), ofrece al espectador paisajes bellamente
compuestos a través de planos muy abiertos, pero de igual manera, con la misma
sensibilidad, la puesta en cámara es capaz de reparar también en los pequeños detalles,
como, por ejemplo, la piel marcada por el tiempo de su protagonista o sus
acciones simples y cotidianas.
La historia es un guion original de Joshua Gil,
inspirada en las memorias y vida de su abuelo paterno Rafael, también protagonista
de la película. Mediante esta colaboración, ambos tuvieron la oportunidad de
estrechar sus lazos familiares y brindó un poco de esperanza y vitalidad a
Rafael, quien falleciera de cáncer cuatro meses después de concluido el rodaje.
El otro actor no profesional que aparece en la película
es Raymundo, abuelo materno del realizador y quien, a diferencia del personaje
que interpreta, no podía escucha las canciones de su amigo porque era sordo y
el director tuvo que valerse de mensajes escritos para plantearle las distintas
situaciones puestas en escena.
Una bien construida banda sonora creada por el ya
experimentado y premiado diseñador en sonido Sergio Díaz (El laberinto del
Fauno, 2006 y Roma, 2018), y con música del artista Galo Durán (Los últimos cristeros, 2011
y Sanctorum, 2019) aporta a la cinta una atmosfera intrigante y sólida.
La música, los sonidos y los silencios juegan a favor de este universo
construido por Gil, puesto que la historia también está contada a partir de sus
elementos sonoros, como por ejemplo, el sonido del fuego, del viento, de la
noche en el campo, del caos de la ciudad, de las voces del pueblo inconforme, o
ese silencio que acompaña a Rafael durante su viaje en metro, ensimismado en
sus pensamientos y ajeno al mundo que lo rodea, detalles así, muchos, que
pueden pasar inadvertidos pero que dan fuerza y emoción al relato.
La película está ambientada en septiembre de 2012,
a unos meses de que Enrique Peña Nieto tomara el poder en lo que significó el
regreso del PRI y se filmó en locaciones de Puebla, Tlaxcala y Veracruz, así
como en la Ciudad de México.
A lo largo de sus 74 minutos La maldad recurre
a la crítica social y denuncia de una u otra forma al gobierno, así como
también deja en evidencia la indefensión en la que se encuentran los adultos
mayores, los trabajadores del campo y el campo mismo. Preocupaciones propias del
realizador y que se verán presentes también en su siguiente trabajo.
La maldad se estrenó en el Festival Internacional de Cine
de Berlín en 2015 y fue galardonada en varios festivales importantes, tanto
nacionales como extranjeros. Actualmente se encuentra disponible en la
plataforma de Streaming FilminLatino y es una estupenda recomendación
para adentrarse en el trabajo de Joshua Gil, a propósito del estreno en puerta de
su más reciente película Santorum, ya galardonada también en su paso por
distintos festivales.
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