Por Marcela Barbaro.
@marcela_barbaro
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Federico Fellini |
La Strada fue un film sobre el que escuché primero y vi muchos años después. El relato oral de mi abuela me llevaba a imaginar sus personajes, casi con detalle, me trasladaba a esa Italia empobrecida tras la guerra, a la melancolía de una historia que se tornaba gris, opaca, pero vital al mismo tiempo. Todo ello me llevó a Federico Fellini (1920-1993), el creador de un universo propio, construido a partir de sus vivencias. Alguien capaz de escribir los maravillosos guiones de Roma, ciudad abierta (Roma città aperta, 1945), Paisá (1946) y Europa 51 (1952), entre otros. Un autor que partió de ese neorrealismo revisionista y comprometido con su realidad, para dar lugar a una mirada sobre el mundo, mucho más creativa y visual.
Fellini no es ajeno a lo que filma. Simboliza con su mirada caricaturezca la sociedad que lo rodea. Está inserto en su universo. Es un gran observador del componente social de la alta burguesía italiana en Roma y su diferencia con el pueblo y la gente de las provincias. También da cuenta y describe ácidamente la educación durante el fascismo. Todos sus films llevan su firma como autor. Estamos construidos en memoria, somos a la vez infancia, adolescencia, vejez y madurez, dice Fellini. Por eso mismo, sus temas abarcan la niñez, la adolescencia en Rimini, el despertar sexual, las mujeres, la fe, los circos, los sueños y las pesadillas.
La experiencia de su cine se fija en la memoria. Es imposible olvidar ciertas imágenes y, mucho menos, omitir su música. El compositor Nino Rota elaboró bellísimas bandas sonoras de las que basta escuchar los primeros acordes para trasladarnos a toda una escena, o a un determinado plano.
En sus primeras películas va definiendo los componentes de su marca autoral, con Los inútiles (I Vitelloni, 1953); La Strada (1954), Las noches de Cabiria (Le Notti di Cabiria, 1957), La Dolce vita (1959), etcétera.
El éxito que obtuvo con La Strada le abrió paso en la frontera, y su nombre fue conocido internacionalmente. Tres meses de rodaje, sin sonido y un poco de dinero fueron parte de la historia de este film, en el cual los productores no creían, por miedo a que no fuera comprendido. La inigualable esposa de Fellini, Giulietta Massina, en una representación chaplinesca, fue parte de los valiosos personajes que nos dejó impresos en la memoria. Ella tiene el papel principal junto a Anthony Quinn y Richard Basehart. Según el director: no se trata de una apología de la miseria. Creo que es necesario sufrir para salvarse.
En Conversaciones con Fellini, un libro pequeño de hojas amarillentas, que ha estado escondido por años en mi biblioteca, Giovanni Grazzini, le pregunta qué significado tuvo la película:
Me viene a la memoria una frase del crítico Pietrino Bianchi, dice Fellini. No recuerdo si la escribió en su diario o en algún libro de recopilación de sus críticas, o si me la dijo directamente. Se había proyectado la película en el Festival de Venecia en un clima de aprobación y de objeción total por parte de la mayoría de los periodistas de izquierda. La crítica francesa fue la más favorable: abrazos, apretones de mano; Cayatte me dijo: “Su filme ya es un clásico”, y André Bazin, pequeño, flaco como San Francisco, asentía mirándome como si me diera la bendición. En medio de esta acogida exaltada, tumultuosa y dispar, me pareció que el comentario de Pietrino Bianchi era diferente de todos los demás. “¡Qué película valiente!”, me dijo y al volver a pensar en eso también hoy creo que al menos en ese momento su opinión fue la más justa. Las raíces que dieron origen a Gelsomina y a Zampanó, junto con su historia, se hunden en una zona profunda y oscura, salpicada de sentimientos de culpa, temores, nostalgias apremiantes de una moralidad más lograda y el lamento de una inocencia traicionada. Me parece recordar confusamente que fue quizás dando vueltas en automóvil por la campiña, por los alrededores de Roma, que ese vagabundeo indolente y voluptuoso me hizo entrever por primera vez los personajes, el sentimiento y la atmósfera de esa película.
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La Strada (1954) |
Universos en búsqueda
¡É arrivato Zampanó!
Repetía una y otra vez.
El espectáculo comienza...
Un hombre y una mujer,
dos soledades precarias y anodinas.
Macho y hembra,
una comunión de universos en búsqueda.
Zampanó tiene un circo ambulante,
va de pueblo en pueblo con lo que sabe:
“romper cadenas con la fuerza de su pecho”.
Él viaja sobre un raído carromato,
es salvaje como las bestias
rústico, hosco, violento.
Su ignorancia lo sumerge en alcohol
y entra de lleno a una soledad rancia y vacía.
Zampanó necesita una mujer para sus actos
entonces compró una flor, Gelsomina,
nacida sobre la aridez y la pobreza.
La joven era libre
y quería ser artista.
Ella perfumó sus viajes
pero él no lo sentía…
Gelsomina contiene la belleza de lo puro,
sensible, moldeable, virginal
y él a golpes le domesticó su inocencia,
así logró que repita una y otra vez
¡É arrivato Zampanó!
Los viajes se transforman en búsqueda
desplazarse, vagar, sobrevivir
observar costumbres, ceremonias, otros circos.
Ellos deambulan sobre un destino incierto,
están contenidos en los espacios que pueblan
albergados a la suerte de un plano.
Ellos son frente a un público,
a través de los aplausos
y después nada, la infelicidad.
El silencio, los traslados
el sometimiento, la sumisión
y el amor naciendo como podía.
Gelsomina tiene la desolación de los payasos
una sonrisa delineada,
la mirada franca y cristalina,
el pelo duro y la nariz pequeña.
Ella es la melodía de una canción inconfundible
pero él la deshojó hasta enloquecerla,
y la dejó entre las ruinas
con su trompeta y una manta.
El espacio comenzó a deshabitarse,
la imagen se resistía a abandonarla
y se colmó de dolor e impotencia.
Zampanó huyó con la rapidez de un cobarde
llevando sus miserias a cuestas.
¿Hacia dónde lo conducirá la culpa?
bastó escuchar su melodía para imaginarla,
entonces la noche se le cayó encima
y se desespera.
No puede con él,
se vuelve nimio bajo el cielo
y llora agobiado sobre la arena.
Poesía inspirada en La strada.